martes, 21 de agosto de 2012

Capital simbólico y cultura: una primera aproximación



Para el desarrollo del proyecto de mi tesis, se plantea el análisis de los pictogramas que se han diseñado a lo largo de la historia de los juegos olímpicos (abarcando el periodo de 1954 al 2012), con el fin de lograr realizar una comparación entre todos ellos, establecer las continuidades y rupturas, y conforme al concepto de régimen esópico trabajado anteriormente, determinar si a través del análisis se pueden hallar diferentes etapas y a partir de ello, diferentes regímenes esópicos, es decir, diferentes modos de ver y de representar que la sociedad ha adquirido en un momento determinado de la historia.
A partir del planteo de la investigación, una de las hipótesis centrales es que el diseño ha pasado de privilegiar el carácter funcional de los pictogramas, a privilegiar la forma de los mismos con el fin de conformar un capital simbólico y cultural a través de las piezas que componen los diferentes sistemas pictogramaticos.
Cuando hablamos de los pictogramas como piezas de diseño que están dotadas de un significado concreto y buscan transmitir una idea asociada a una cultura determinada, pero a su vez también una información precisa, concisa y automática, es que hablamos de los pictogramas como signos. Y es aquí en donde hay que hacer una distinción entre el signo y el símbolo. Los signos significan algo, refieren a una cosa o a una relación entre cosas, en este caso, los pictogramas deportivos en los juegos olímpicos hacen referencia a un deporte o una especialidad determinada a través de sus formas, utilizando generalmente la figura humana y algún elemento adicional. Pero en el caso de estos pictogramas olímpicos, en donde sus formas no solo deben comunicar sino también referirse a una cultura determinada, se le añade el valor simbólico, en donde como símbolo trascienden la cosa, la traspasan y van detrás de ella, añadiendo un significado que va más allá de la referencia deportiva que deben realizar. “El símbolo descubre así la esencia y revela lo auténtico, tiene profundidad y va más allá de lo que vemos a simple vista.” (Otl Aicher, “El mundo como proyecto”)
Se entra a partir de esto en el terreno de lo simbólico, en donde el valor añadido al diseño a través de las formas escapa más allá del uso y la función. Es importante entonces aclarar a que nos referimos cuando hablamos del valor simbólico que tiene el diseño, y como se aplica al desarrollo de esta problemática. Para esto podemos tomar como punto de partida el pensamiento de Pierre Bourdieu, quien habla del poder simbólico y centra sus estudios sociológicos en las cuestiones culturales y simbólicas.

Bourdieu fue un pensador polémico que se ocupó de importantes y numerosos temas para comprender la sociedad del siglo XX, entre los que se destaca su aportación a la comprensión de la cultura. Uno de sus aportes centrales fue la posibilidad de pensar la cultura como el espacio de la reproducción social y como un espacio privilegiado para la innovación y la resistencia. Se plantea así la cultura como “una relación entre lo instituido (la cultura en estado objetivado) y lo instituyente, es decir, las prácticas sociales que comportan siempre una parte de indeterminación, ya que son el producto de luchas simbólicas que están sometidas a variaciones de orden temporal y al estado de relaciones de fuerza en un momento determinado” (García Canclini, “La sociología de la cultura”, de Pierre Bourdieu).
A partir de esto se establece entre el momento objetivo de la cultura y el momento subjetivo de la cultura, una categoría puente a la que Boudrieu denomina habitus, el cual es concebido como “el principio generador de las prácticas sociales, ya que destraba el problema del sujeto individual al constituirse en el lugar de “incorporación” de lo social al sujeto lo que permite colocar al centro de la reflexión una subjetividad modelada, configurada y enmarcada por un conjunto de estructuras sociales objetivas de carácter histórico, que el sujeto incorpora de acuerdo al lugar social que ocupa en dicha estructura”.

Por otro lado, cuando Bourdieu habla del valor simbólico, que es lo que en gran medida nos interesa, establece que con el mismo lo que se busca es aumentar la connotación a partir de un valor añadido al objeto que, en este caso en particular, se asocia al arte, la estética y la cultura de un país determinado. A partir de los estudios de este sociólogo se puede decir que, en la actualidad, los objetos viven gracias a su propiedad simbólica, ya que su función simbolizadora es lo que genera el deseo de consumir esos objetos, ya que su consumo es la oportunidad por excelencia de manifestar la aptitud y universalidad de la cultura personal. La necesidad de adquirir productos que más allá de su función, se asocien al ambiente artístico y a una cultura determinada es con el objetivo de dar la mejor imagen de uno mismo, la más conforme a la definición legitima de “hombre culto”. A partir de esto entonces es que el valor simbólico de los productos es valorado por quienes lo consumen ya que buscan a partir de esos productos obtener algún beneficio asociado al prestigio, al reconocimiento y la valoración social.

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